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martes, 29 de diciembre de 2015

Día de los inocentes

 
Ayer fue día de los inocentes. En Venezuela siempre fue esta fecha oportunidad para jugar algunas bromas de mejor o peor gusto, que terminaban siempre con el sonsonete ”pasaste por inocente" (o "pasó por inocente" si la chanza era ejercida en la región andina).
Y digo fue, así, en pasado, porque es evidente el desuso en que ha caído esta costumbre. Y es que nos hemos amargado. Pese a la fama que queremos divulgar de dicharacheros y "mamadores de gallo", ya no nos gusta reír sino a costa de otro, sobre todo si hemos conseguido un provecho material no merecido en el ínterin. Especialmente no nos gusta que se rían de nosotros, ni nosotros mismos hacerlo.
Y es que nos hemos vuelto nerviosos, por decir lo menos, al punto de no soportar los semáforos en rojo o las normas publicadas en Gaceta Oficial. Se puede pensar que hemos cambiado mucho y que eso se debe a la influencia de la sociedad de la información, a la era post capitalista o al advenimiento de nuevas formas de socialismo. Se puede creer en eso, así como hay gente que cree en los ovnis o en el ánima sola.
Porque en el fondo no hemos cambiado mucho, porque seguimos siendo inocentes. Si por inocencia se tiene la resulta de una mixtura incompleta y de irregular proporción de esta última con la pereza, la ignorancia y la irresponsabilidad.
Pese a las redes sociales y a toda la web 2.0, o acaso a causa de ellas mismas, creemos que el ministro de la defensa, Padrino López, se opuso al fraude que preparaban otros personeros del gobierno en las recientes elecciones legislativas. De igual manera pensamos que Leopoldo López fue el ejecutor o, al menos, el autor intelectual de 44 muertes ocurridas durante el período conocido como "La guarimba". Con igual ausencia de pruebas o de lógica pensamos que en el referendo revocatorio hecho al presidente Chávez, el Consejo Nacional Electoral cometió fraude "volteando los resultados", en una especie de hipotética fe de erratas entre sí y no.
Dispuestos como estamos a dar crédito a todo o a casi todo, también somos proclives a soportar los resultados de esa creencia, que siempre nos es inducida. Pero todo tiene un límite, porque ya nadie cree en la guerra económica como ya nadie tiene miedo del lobo feroz. Y porque los crédulos no sólo se encuentran de este lado, pues en el bando de los poderosos también hay una natural tendencia a creer lo que no es, lo que ya no puede ser. Visto por encima, parece también insensato pensar que con arreglos burocráticos uno se puede atornillar en el poder, que con gritar por los medios tradicionales de comunicación se puede hacer olvidar el resentimiento de la gente por el hecho de que le hayan privado de su vida o de la posibilidad de vivirla.

Como bien dijo Serrat: “Si no fueran tan dañinos nos darían lástima”.

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