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martes, 16 de junio de 2009

Un intelectual, obvio, famoso


Un intelectual no es un ser de luz, ni un ángel, sólo es alguien que tiene por costumbre leer mucho y de quien se presume que también piensa mucho. Digo se presume porque prueba conclusiva no la puede haber. Y digo, en el mejor de los casos, la demostración de la cantidad de pensamiento no implica la bondad del mismo. No traigo acá elementos éticos que pudieran considerarse necesarios a la hora de definir el perfil del intelectual marco. No lo hago porque entraríamos en honduras insuperables. De tal modo, debo acudir a la noción más simple para intentar abarcar el espectro de todo lo que se entiende (y autodenomina), en el campo de la intelectualidad, de la nuestra intelectualidad y a cualquier intelectual le avergonzaría demasiado una idea tan sencillota, tan pan con mantequilla, tan pan solo y agua de chorro. Un intelectual opina mucho, tal vez demasiado, pero en su descargo debe decirse que no toma demasiado en serio cuánto dice, bien por la conciencia de su propia falibilidad, por la flexibilidad de sus opiniones, en consonancia con la mutabilidad e infinita complejidad del mundo y de sus cosas, sean éstas las que sean y la hora que sean o por mala memoria o mala fé.

Lo que maliciosamente pretendo expresar es que no veo razones válidas o al menos medianamente decentes para exigir al intelectual (o a quien haga sus veces y no pocas), una suerte de comportamiento ascético, de comportamiento mantillesco (en recuerdo de aquel libro Mantilla, en que los niños eran más bolsas que el carajo), pero que para ser tal debe corresponder de manera exacta con las expectativas, con todas la expectativas del lector que le critique.

En dias recientes he asistido, con agrado, a distintas diatribas virtuales sobre el comportamiento político y opiniones emitidas en variados momentos y contextos históricos por: Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, Silvio Rodríguez, Mario Vargas Llosa, discusiones teñidas de los colores pertinentes a la cuestión política en Venezuela. Justo es aclarar, para un lector foráneo, que estos colores, antes que corresponder a los que caracterizan a nuestros Partidos Políticos, son el de hormiga y el del excremento humano, tostado o no al sol.

Aunque he esgrimido una defensa a ultranza de Borges, de quién he dicho que era muy viejo y estaba ciego en la época en que fueron a importunarle con tales preguntas, no debemos ser demasiado exigentes con los otros, pues no debe olvidarse que son seres humanos con grandes errores, no son seres de luz, seres iluminados, porque nadie lo es, o al menos nadie que yo haya conocido y así lo digo.

2 comentarios:

juliana villate quevedo dijo...

...me encantó..... me gusta mucho como escribes....

David Colina dijo...

gracias, amiga, de verdad me halagas.

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