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sábado, 27 de junio de 2009

No exageremos

Onetti, maravilloso escritor, partamos de allí, en ciertos párrafos cercanos al final de su novela breve El Pozo, expresa lo siguiente:

Conocí mucha gente, obreros, gente de los frigoríficos, aporreada por la vida, perseguida por la desgracia de manera implacable, elevándose sobre la propia miseria de sus vidas para pensar y actuar en relación a todos los pobres del mundo. Habría algunos movidos por la ambición, el rencor o la envidia. Pongamos que muchos, que la mayoría. Pero en la gente del pueblo, la que es pueblo de manera legítima, los pobres, hijos de pobres, nietos de pobres, tienen algo esencial incontaminado, algo hecho de pureza, infantil, candoroso, recio, leal, con lo que siempre es posible contar en las circunstancias graves de la vida.

Bien quedan estas palabras como homenaje a esa gente que nunca cuenta, a la gente comparsa, a la gente masa-mítin-cerveza, a la gente que es sencilla y que esgrime su sencillez por toda propiedad, a la gente que es como uno (ojo, no aludo a todos en este uno, a pesar de aquello de la Unidad y sus consecuencias) por mucha rabia que nos dé. Está bueno y es justo. Lo que en modo alguno debería ser admisible es la posibilidad de un loar en exceso, de un mitificar una figura abstracta que devenga, a la manera del concepto del buen salvaje, en un modelo de hombre bueno y justo, el hombre de pueblo, el popular, el buen pobre, el hombre comunitario. Consecuencias camboyanas no estarían en un horizonte lejano.

Me he criado en un barrio, en una comunidad de bajos recursos, es decir, sé lo que es ser pobre, sin exagerar, sin entrar en ejemplos dignos de Dickens o Victor Hugo, nada de eso. He sido pobre sin ser ostentoso por ello. Conozco a la gente sencilla y aporreada, de cerca, alguna novia tuve allí y sí, hay gente muy buena, y hay algo candoroso en todo el asunto. Pero no llevemos al extremo las cosas. Las dos veces que he sido víctima del hampa, fue a manos de gente llena de candor, infantil, pues. Los asesinatos que he contemplado (ejecutados ya, no en ejecución), ocurrieron a manos de gente sencilla y contra gente sencilla. El paraíso tampoco está en el barrio, en la favela, en la villa. Pero debemos procurar que allí tampoco se instale el infierno, que eso quede claro, porque allí tengo amigos y familia y aunque no los tuviera.

Hoy en día la ingenuidad no se castiga, porque es imposible. Que esto se entienda, que se explique, que vengan y traigan algo, porque ya no va quedando nada.

P.D. Vi a un jurista en la televisión estatal explicando cómo era viable, luego de la reforma de la norma procedimental, la intervención de comunicaciones privadas por mandato de un juez. De un juez, acotaba e insistía. Un juez es gente, tal vez no sea gente ingenua, pero es gente, adinerada tal vez, lo que no comporta nada, pero debe ser acotado. Soy abogado y conozco al algún que otro magistrado y doy fe. Los jueces no son tampoco seres de luz, no, nada, son, solo son y no más. Por tanto, no sé, creo que no me convence la vehemencia con que el jurista del que ya hablé tan poco les invoca, como toda razón, como axioma, cual 3,1416 (por ser sencillos expresemos esto así), en sustitución de razonamientos verdaderos que validen sus postulados.

2 comentarios:

Ame dijo...

Usted me recuerda a un amigo con quien escribía un relato a cuatro manos. No sé, vainas de uno que crece con esa manía de comparar a la gente. Pero es que lo leo, Maldoror, y esa prosa me suena familiar, cercana, conocida.

Por cierto, ¿lo conocerá usted? Por ahí lo convence para que retome la tarea, antes de que el tiempo haga lo suyo y nos reencontremos con una protagonista envejecida, jubilada, sin ganas de recrear historia alguna.

David Colina dijo...

creo conocerlo un poco

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