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sábado, 5 de mayo de 2007

Escrito el 01-02-05



Saber qué piensa la gente. He aquí un verdadero propósito. Dejando de lado las previsiones fáciles como El Otro Yo del Dr. Merengue, especie de interpretación argentina de los momentos cumbres de la extraordinaria narración de Balzac, El Cura de Tours, el asunto tendría consecuencias que presumo insospechadas. Imagino que tal don se otorgue a una persona que hubiere de escrutar la mente de un matemático o cualquier representante de disciplina tan ardua como camino de regreso en cuesta. Poco habría de entender, tal vez ni siquiera podría saber que no entiende, pues es posiblemente habría de dar a la profundidad el carácter de caos. Cosa similar debe ser intentar discernir la mente de Dios o acaso alguno de sus pensamientos. Echando a un lado los ejemplo catequéticos del mar y del cuenco y de la imposibilidad del que de contener el primero en el segundo, imagino observar por un rato y después contar. El recuerdo de las ideas presupone que quien pretenda evocarlas las haya comprendido. Es evidente que si observo la mente de Dios por un rato, como ya dije, me daría vergüenza quedarme callado ante un auditorio ávido de revelaciones o extenderme con gran facundia sobre las razones por las cuales se hace difícil o acaso imposible transmitir al menos una impresión general o en bosquejo de la experiencia que hasta podemos llegar a llamar mística. No, por el contrario, sé que mentiría y, si cuento con algo de suerte, he de mentirme a mí. Algo útil pudiera salir de allí.

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