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sábado, 29 de agosto de 2009

La locura del rey Jorge



Un video editado se difunde por Internet: en él se muestra la presunta demencia senil que aqueja a Fidel Castro. Sin ser demasiados parciales debe reconocerse que el hombre no es el mismo, que una enfermedad, la que sea, oculta a los grandes medios (e incluso a los pequeños y virtuales) ha disminuido sus facultades mentales. Nunca le tuve por genio, como tampoco a ningún otro político. Siempre he esgrimido la tesis de que quienes nos gobiernan, desde la época y el lugar que se juzgue conveniente usar como referencia o punto de partida, son personas normales, tal vez demasiado pagadas de sí mismas, tal vez un poco locas, creyentes de su propia leyenda. Pero es evidente el deterioro del discurso. Digamos la verdad; Fidel parece, en ese video, un abuelito bueno y senil de los que huelen a orina seca. Mi idea no es mofarme del hombre. El tipo tiene cuentas pendientes. Como todo gobernante, debió pasar por encima de muchos, ejecutar grandes injusticias para llegar y, sobre todo, para mantenerse en donde tantos años estuvo. A ratos, ratos perdidos acaso, hizo algunas cosas bien y ayudó a otros. Pero como dijo Julio Cortázar, allá en el fondo está la muerte. Es nuestra naturaleza, debe ser asumida su inminencia para calmar un poco el ánimo y ahuyentar el temor paralizante que la conciencia de la propia finitud podría causarnos si no la entendemos como algo natural. Los que han abandonado la creencia en ultramundos o en trascendencias, saben o debieran saber el riesgo y la valentía que requiere su postura. Ante esto es inevitable construir ídolos, titanes que afrontan los avatares de la existencia, las fuerzas de la naturaleza e, incluso, la perversidad humana encarnada en sistema político y económico. A tales fines se han levantado o se levantarán altares ateos para Marx, Lenin, Mao o Fidel. Es forma de asumir la vida y por esto no es objeto de crítica mientras en nada moleste o dañe a los demás, a los que no comparten la creencia o no la comparten con la misma intensidad o sinceridad. O mientras no dañe a cualquiera. Alargo demasiado mi reflexión, la idea es: es tragedia la muerte y es tragedia la muerte de los mitos, aún antes de la muerte física de quienes los encarnan. No puedo condolerme por un señor que juzgo pernicioso, tampoco alegrarme: vida y muerte son naturales como la lluvia, la noche o el sonido. Me duele, eso sí, la desolación de quienes han construido su vida en torno a esa figura, viendo en ella una especie de superhombre que no tendría final. Los que creen en ultramundos tal vez sean infelices en el fondo. Pero los creyentes de las religiones de izquierda tienen despertares más incómodos y no siempre tan tardíos, tan tranquilos, tan serenos.

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