un sitio de reunión para todos aquellos que escriban o que pretendan hacerlo. sobre todo aquellos que escribimos en las sombras e, incluso, en una zona de cierta penumbra.
lunes, 18 de abril de 2011
Semana Santa
Publicado por
David Colina
en
12:48:00 p. m.
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lunes, 28 de marzo de 2011
Demoliendo aceras
1.-Hemos intentado huir y no lo hemos logrado. En todo sitio al cual llegamos están los autos. Es la realidad venezolana: gasolina a precio simbólico y la certeza generalizada de que los peatones nada valen se unen para mostrarnos los atisbos de un futuro en que las aceras serán demolidas.
2.-En Venezuela todo el mundo conduce o desea conducir un vehículo; es la primera habilidad social en el sistema de valores. Saludar a los amigos y conocidos e incluso bañarse todos los días no son costumbres tan bien vistas como la de conducir con el brazo apoyado en la ventanilla, retando al sol a que ejecute un bronceado parcial. Es que aquí conducir un auto que se coma el salitre es preferible a ser filósofo: no he visto chofer muerto de hambre (bueno, he de reconocer que tampoco he visto filósofo, más allá de dos o tres que trasladan por el país, recubiertos con una capa de barniz para que la gente los vea y toque sin deteriorarlos).
3.-Tuve una empresa. Una empresa próspera que iba creciendo. No de modo destructivo, que nunca me ha gustado eso. Crecía y la prosperidad era cada día más evidente. Job me llamaban los que deseaban mi ruina. La vida no les dio contento, pues ninguna enfermedad inmunda cubrió mi cuerpo, ni sufrí la muerte de hijo alguno. Pero quebré. ¿En qué pensaba el día que me dediqué a pintar rayados peatonales para las Alcaldías? Ser el mejor no siempre funciona. La autoayuda me ha abandonado.
Publicado por
David Colina
en
8:06:00 p. m.
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lunes, 24 de enero de 2011
Leyendo Doktor Faustus
He vuelto a las andadas con los libros de Thomas Mann. El alemán es un escritor correcto hasta el extremo. Burgués en un sentido casi épico, el necesario para abjurar de esa misma condición (léase Tonio Kroger y se entenderá esto en su dolorosa extensión). Repaso algunos capítulos de Doktor Faustus y me aventuro en otros que no conocía. Y es que, salvo La Muerte en Venecia y algunos cuentos, me ha sido imposible leer a Mann de un tirón. Aunque nadie dijo que tenía que ser así. Su prosa, cuidada, profusa en la descripción del detalle físico y moral de personajes y ambientes, no es apta para lectores cansados, a altas horas de la noche y sin la ayuda del insomnio.
Sin embargo, Thomas Mann es uno de mis escritores favoritos. Me asombra la sabiduría en la creación de sus personajes, seres sencillos, normales, similares a uno mismo y a casi todos con quienes se interactúa a diario. Personajes cercanos y, como pasa en la vida, con caracteres propios y diferenciadores todos. Su discurso, hábilmente explicativo, omite con maestría lo necesario para que el lector fiel rellene los espacios y adjunte algunas conclusiones que asume como propias. Su visión de la infelicidad serena, del vitalismo trágico, encarnados en los ya míticos Gustave von Aschenbach y Hans Castorp, conmueve al que morosamente trasciende las páginas copiosas, previas y necesarias a la presentación de los momentos dramáticos de sus novelas.
Hoy día se habla de Mann más que de su obra: su (re)velada homosexualidad y las tirantes relaciones con sus hijos, todo con el fondo de una familia con tendencia al suicidio, son las deliciosas de lectores que aman las miserias de los famosos. No estoy contra la divulgación de tales detalles, igual no es mi familia ni soy yo, para ser sincero. Pero pretendo que se lea a Mann y se le juzgue literariamente sólo por lo que escribió. Vamos, tampoco es empresa imposible.
Publicado por
David Colina
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9:25:00 a. m.
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