Moore contrasta las condiciones norteamericanas con las de otros sistemas de salud, de carácter público, Inglaterra o Francia, por ejemplo, mostrando que en el primero de estos países una receta médica suma el mismo módico importe en una farmacia de Estado, sin que cuente para ello la cantidad de medicamentos o las características de los mismos. En tierras galas, por otro lado, se llama al médico para que acuda a casa con prontitud apenas menor que la destinada en Norteamérica para el despacho de una pizza u otra especie de comida rápida, sin que el paciente deba pagar nada por el tratamiento.
En lo humano, dos momentos me impresionaron. Cuatro mujeres de sano aspecto refieren en pantalla sus experiencias, las dificultades afrontadas frente a las aseguradoras. Minutos después uno se entera que dos de ellas han muerto y la tercera, una bella muchacha, está invadida por el cáncer. Una doctora, Linda Peeno, cuenta su ascenso dentro del mundo corporativo: mientras más tratamientos médicos negase, mayores logros laborales obtenía. Un amigo, ex-trabajador de ese ramo, me comentó que las aseguradoras en Venezuela eran tan salvajes como las norteamericanas: a los empleados se les exigía revisar hasta el más ínfimo detalle de las pólizas y expedientes para buscar la justificación, muchas veces formal, para evitar el pago.
Ya al final de la película Moore fleta un barco para llevar a Cuba, a fin de que se les suministre atención médica, a un grupo de socorristas afectados en su salud por la participación en los rescates del 11 de septiembre de 2001. Esto, según se comenta en algunas páginas web, podrá conllevar problemas legales al director del documental e incluso al grupo que le acompañó a la isla caribeña.