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domingo, 29 de abril de 2007

De los inconvenientes del escepticismo pertinaz

Para los panas que acuden al Delta Hideaway, aquí está el cuento ganador del concurso de la Dirección de Cultura, iniciantes 2005

DE LOS INCONVENIENTES DEL ESCEPTICISMO PERTINAZ



Por aquellos días un hombre podía traer con facilidad al Demonio a su presencia, es decir, invocarlo, aunque el término en sí había caído en desuso y, por qué no decirlo, en cierto descrédito. ¿Qué ocurría? ¿Por qué habían cambiado los antiguos métodos? El Enemigo Malo se encontraba reflexionando en una oportunidad sobre la naturaleza del rol desempeñado por él en el Cosmos y concluyó que su propuesta podía ser considerada una vía alternativa de algo que no se apuró a definir. Se sabía dueño de muchas verdades tangibles y verificables. Era hermoso y tenía lo que se conoce comúnmente como buen gusto. Muchos le amaban y le agradecían sus favores y su deferencia. Entonces ¿eran necesarios los formalismos, para, a fin de cuentas, tratar asuntos terrenales? En modo alguno era Dios, que si lo fuera bien sabría darse su puesto. En consecuencia declaró el final de la vigencia de la Clavicula Salomonis, del Gran Grimorio y de otros grimorios no tan grandes pero por igual útiles para las impetraciones demoníacas. “Tales composiciones en verso rimado y con métrica, son anacrónicas ante la inmensa popularidad y conveniencia del verso libre”, decía en parte la Resolución redactada al efecto por sus amanuenses.

Dirigirse al Diablo, por tanto, de modo respetuoso y amable era suficiente. El aumento de la demanda determinó el establecimiento de algunas reglas: En caso de no obtener una respuesta inmediata se pedía esperar, pues no constaba en ninguna escritura o libro sagrado de alguna de las grandes religiones que el diablo tuviese el don de la ubicuidad. Existía el derecho de no acudir nunca y, luego de los tiempos primeros de entusiasmo, se creó una comisión que revisaba los caracteres fundamentales de las solicitudes y desechaba las que consideraba frívolas, poco serias o fruto apenas de la curiosidad. Por último, podía Lucifer responder por delegación, ocasión en la cual el subalterno, Asmodeo, Legión o ángel caído nada célebre, presentaba el respectivo documento autenticado.

Existiendo tan favorables condiciones Miguel invocó al demonio, para que le aliviase de la presión arterial alta que le aquejaba y, de una vez, para librarse de un enemigo, rivalidad originada en una vieja rencilla de amor. Eligió como sitio su cuarto y la hora, quince minutos pasada la media noche, luego de la partida de un amigo que le visitaba siempre en las ocasiones más inoportunas. La habitación de Miguel era pequeña y los muebles estaban distribuidos de manera inapropiada, creando en conjunto una sensación de opresión poco cónsona con una hipotéticamente espectacular entrada demoníaca acompañada de humo, fuego y olores nauseabundos. La cama estaba particularmente mal colocada en el centro de la habitación así que la empujó hasta la pared. En el nuevo espacio libre estaban algunas medias llenas de polvo cuyas parejas había echado a la basura hacía mucho tiempo y una libreta escolar que no recordaba haber visto nunca, pero que decía en su exterior, en letra grande que parecía la suya, “INFORME”. Apartó todo esto a un lado con los pies y se sentó en la cama. Durante un rato no demasiado largo solo miró algún punto indefinido en la pared. Ante la ausencia de formalismos no tenía la menor idea de qué hacer.

La puerta se abrió y entró un demonio que no tenía particular aspecto de serlo. Miguel no se sorprendió. Es decir, le asustó, como es lógico, la idea de la presencia infernal y, en cierta manera, le asombró el aspecto vulgar del visitante (pantalón marrón, camisa a rayas, rostro regordete y nada más para recordar) pero, desde su actual manera de considerar las cosas, se hubiese sobresaltado más de ver a su madre o a su hermano franquear la puerta. El demonio le miró.

-Hola –dijo Miguel.

-Hola –dijo el demonio-. Soy Arioch, demonio de la venganza convenida.

-Ok –dijo Miguel.

El demonio colocó sobre la cama un montón de papeles atados con ligas de hule rojas. Algunos, según se veía, habían sido mojados y se habían secado, adquiriendo una deformidad característica. El conjunto olía de manera repulsiva. Miguel consideró poco prudente revisarlos y no los tocó, aunque tal vez, pensaría un rato después y luego de comprobar el lamentable estado de sus sábanas, hubiese sido mejor tomarlos, darles una mirada distraída y colocarlos en el piso. El demonio sonrió. Miguel se sintió confiado de pronto, con esa confianza que estamos seguros de haber experimentado en la primera oportunidad que hablamos con un amigo entrañable.

-Ahí están los documentos –dijo-. Como verás, todo es legal y conforme a derecho.

-Claro.

-No tengo ningún apuro, pero, por favor, dime de qué se trata.

-Ah, sí.

-...

-Claro, sí, mi presión arterial. Sube y sube. He adquirido hábitos sanos de vida. Esas cosas, mucho ejercicio, poca sal, disminución del estrés. Me aburren esas cosas. Y la tensión se mantiene arriba. Ahora mismo está alta. Mi cara se calienta, mis manos se calientan, me zumban los oídos.

-¿Has ido al médico?

-Sí. Lo de siempre.

-Pastillas.

-Cada vez más. Una tras otra.

-¿Tienes algo contra las pastillas?

-No me gustan. A uno le duele la cabeza y toma una pastilla. No puede dormir: pastilla. Estás deprimido, tu vida es un asco: pastillas. A ese paso uno necesitará pastillas para todo. Es decir, una vez está bien, pero no es así. Te acostumbras, hasta te agrada. Es sencillo que toda la responsabilidad la asuma una pastilla.

-¡Ja! ¿Cómo puede ser responsable una pastilla?

-Pues la pastilla asume el lugar de la conciencia, por tanto la responsabilidad de los actos se traslada a la pastilla. Uno no es moralmente imputable.

-Hablas tonterías, pero me diviertes. Ahora vas a decirme que son las pastillas las que van al infierno. ¿Te imaginas eso? Es una soberana tontería; en el fuego del infierno se tuestan las almas, no los productos farmacéuticos.

-Por favor

-¿Qué?

-No vengas con eso. El alma no existe.

-¿Que no existe?

-No

-¿Qué ofreces, entonces, para nuestra transacción?

-¿Qué te interesa?

-Tu casa está llena de porquerías, te seré sincero. Tienes mal gusto y poco dinero. No me interesa nada que tengas aquí, en las gavetas o en el clóset. Solo quiero tu alma.

-No hay problema. Cuenta con un buen negocio -dijo Miguel y rió.

-No termino de entender.

-Pensaba estafarte. Verás. El alma no existe. No puede haber comercio sobre ella. Se supone que me otorgarás algunos favores a cambio de mi alma inmortal. Tendrás la amabilidad de esperar hasta que yo muera. Pero al momento de mi muerte te llevarás la sorpresa de no encontrar nada para cargarte, ni un poco de aire o un poco de polvo porque lo que llamas alma son algunas reacciones químicas que la ciencia ya identificó hace rato. Ahora, te lo digo, el alma no existe. No se puede hablar ahora de timo porque te lo estoy diciendo, no obtendrás de mí nada que valga la pena, al menos en los términos que deseas. Pero si insistes en que existe el alma y por ella me darás algo a cambio, pues sigamos adelante. Soy un hombre práctico. Si existiera el alma, si estuviera seguro de la continuidad ultraterrena de la existencia, no sería tan tonto como para cambiar una eternidad de dicha y de divina contemplación, sea ésta lo que sea, por una efímera felicidad material, por un montón de porquerías.

-Me dirás que el infierno tampoco existe.

-Claro, debe existir, como sitio del cual vienes, porque de algún lado debes venir.

-Ah, entonces el diablo existe pero no existe el alma. Sigue.

-Claro. Una vez alguien dijo más o menos esto: que la gente no crea en la existencia de Dios lo entiendo; pero que no crea en el demonio, eso sí que no me entra en la cabeza. De algún lado tiene que venir tanto mal que vemos en todos lados.

-Y lo que se llama bien ¿De dónde viene?

-¿Bien? ¡Ah, sí! De la casualidad. Del azar. Verás, la gente tiene motivaciones en extremo egoístas. Por ejemplo, en una mañana fría tú quieres tomar un baño tibio. Si esto implica la muerte de una hermosa niña o de una niña fea, digamos para que no me acuses de pedófilo...

-No me pasó por la mente en ningún momento esa acusación.

-En fin, implica la muerte de alguien que no tiene mayores razones que justifiquen su muerte. ¿Qué hace uno entonces? La mente subconsciente hace todos los esfuerzos necesarios para que no te enteres del hecho: ruidos misteriosos en las casas muy espaciosas, fútbol, cancioncitas románticas cantadas a media voz. Un gran trabajo. Pero al final te enteras, interrumpes tu baño y abres el grifo del agua fría. Sales a la calle, con frío y mal humor. Al día siguiente es igual, porque un hombre debe salir bañado y afeitado a la calle. Es su naturaleza. El día y sus afanes te mantienen ocupado, no piensas demasiado en el asunto y si piensas, te ríes un poco o lo comentas con algunos amigos a la hora del almuerzo o cuando caminas por un sitio tranquilo, inventando chistes a costa del asunto. Así pasan algunos meses. Pero una mañana, una mañana cualquiera, abres el grifo del agua caliente, chorros de agua y vapor caen y sabes que por ahí en el mundo está el llanto desconsolado de un ser inocente que muere y la inútil actividad de los que le aman. Muere, pues, así, simple y terrible. O simple nada más. Todos se llenan de miedo, las cosas no son como parecen, como que la muerte no tuvo sentido. Los grandes valores no quedaron demostrados. De allí a que el hombre normal se sienta solo y desamparado, no hay gran trecho. Entonces ocurre. Un magnate contempla la escena, transmitida en cadena nacional. El magnate, un tipo inteligente y dueño del mejor corazón que pudieron encontrar sus médicos, entiende todo de inmediato y presiente una caída sensible en las ventas. Al instante llama a su secretaria, quien lo contacta de inmediato con su administrador general. “¿Cuánto dinero tenemos para caridad? ¡NO BASTA!”. Al rato existe una nueva fundación, miles de niños son salvados. Una estatua se erige en memoria del ser que sufrió para que los demás no lo hicieran. Y aunque una estatua puede ser presa fácil de las deyecciones de los vagos y de los borrachos, se la juzga monumento inmejorable y de gran valor artístico, por lo que los padres llevan a sus hijos los domingos a verla, compran helados y estampas y regresan a casa con el corazón contento y la conciencia limpia. ¿Qué más grande bien se pudo lograr?

-¿Qué ocurrió en tu cuento, al final, con los baños tibios?

-Ah, claro. Que todos pudieron tomarlos cuantas veces quisieron.

-Un final demasiado simple. No resistes la tentación de moralizar. Pero volvamos a lo nuestro. Querías que viniese por tu problema de tensión alta. ¿Sólo eso?

-Eso y otra cosa. Una vez me enamoré. Mucho. Suele ocurrir. Uno no sabe cuando pasa. A los amigos se asegura lo contrario, que apenas es sexo y luego, adiós. Pero uno se enamora y tiene su novia. Ella era rubia y pequeña. Muy linda y me quería. Se llamaba Isabel. A los seis meses nos dejamos. Es decir, ella me dejó por un tipo que tenía una camioneta. Yo pensaba que el tipo tenía cara de idiota, de débil mental, pero luego pensé que esa apreciación no era del todo objetiva. Lo dejé así. El tipo dejó a Isabel luego de un tiempo. Un día lo conocí en una licorería y me trajo hasta la casa. Luego lo veía en todos lados, pasaba muy rápido en la camioneta y saludaba. Un día lo encontré almorzando en un restaurante y hablamos mucho rato. Al tipo le gustaba el fútbol.

-Por favor, no vengas con otro cuento moralizante y largo.

-Es gran cosa el fútbol. Decidí, entonces, no dejarme llevar por el rencor, pues con eso solo lograría dejar de apreciar y disfrutar lo que pudiera tener de bueno la amistad con el tipo. Salimos con unas mujeres. Es increíble la cantidad de muchachas hermosas que conocía en los barrios pobres. La amistad iba bien. Me contó su vida. Nada del otro mundo. Así pasaron los momentos del entusiasmo. Entonces noté que el tipo no se bañaba muy seguido ni con demasiado cuidado. Olía bastante mal, una mezcla repugnante de olores corporales.

-Eres muy delicado.

-No lo soy, es decir, no muy delicado. Pero el tipo era realmente una letrina. ¿Has imaginado alguna vez que la mierda pueda sudar? Me daba asco pensar en las mujeres que se acostaban con él. Isabel era una puerca. Quise rehuir su compañía, pero, creo, el tipo me había tomado mucho cariño. Me buscaba y bebíamos por toda la ciudad. Agarraba mi cerveza –siempre tomábamos cerveza- y me hacía a un lado, buscando un aire menos inmundo. No sé si el tipo se dio cuenta y decidió molestarme o solo lo hizo porque sí, pero comenzó a acercarse a mí y a abrazarme diciendo que era yo su gran amigo y cosas así. El olor ya era bastante. Y ahora venía este tipo y me abrazaba, sobre todo en lugares públicos y con mucha gente. Me incomodaba mucho. La gente comentaba cosas y reía. Le dije que no me abrazara más. Dijo que no lo iba a hacer más. A los días volvía a abrazarme. Entonces noté que el tipo comenzaba a repetir todas las historias que me contaba. Gran parte de sus peroratas versaban sobre sus hazañas sexuales, sus grandes borracheras y negocios con ganado o terrenos en los cuales siempre ganaba enormes cantidades de dinero gracias a su inteligencia y falta de escrúpulos. En las nuevas versiones de sus cuentos todo estaba magnificado: en vez de una mujer llevaba tres a un hotel –una menor de edad, por cierto, era una de las tres; en vez de beber una noche y un día había bebido un mes en la playa, apenas haciendo pausas para dormir, comer e ir al baño; en vez de dejar sin comisión a un socio, lo había abandonado sin dinero y completamente borracho en un bar perdido en el llano. Luego volvió con los abrazos. Alguien que pasaba en un auto nos gritó, riendo, “maricas”. Entonces golpeé al tipo y el tipo me golpeó y yo me fui en un taxi. Y al otro día el tipo estaba buscándome de nuevo.

-¿y qué con eso?

-Que me di cuenta de que odiaba al tipo con todas mis fuerzas, lo odiaba demasiado. El odio me llenaba el cuerpo (si existiera el alma, también la hubiera llenado) –agregó Miguel riendo-. Y apenas bastaba con que algo me lo recordase, así fuera de manera casual y entonces mi presión arterial se disparaba. Ahora sé que ese odio realmente me va a matar. Por ende, el tipo tiene que morir para que yo siga vivo.

-¿Eso es lo otro?

-Sí.

-Está bien. Será fácil. Siempre es fácil

-Este...

-¿Quieres saber qué voy a hacer con tu problema de hipertensión?

-Claro.

-Te traigo unas pastillas. ¿Te las vas a tomar?

-Pero ¿Me curo, así, definitivamente?

-Sí.

-Dame pues.

Arioch le entregó tres pastillas pequeñas y amarillas. Miguel las metió en su boca y salió un momento de la habitación. “Voy por agua”, dijo. Regresó sorprendido por la hora. El demonio hizo un gesto de despedida. Miguel lo miró molesto.

-No quedamos en nada con lo del tipo –dijo.

-Bueno, mañana al mediodía. El tipo va a almorzar siempre en el mismo sitio.

-No sé si siempre, pero le gusta mucho ir al Tercio.

-Va siempre. Nos vemos al frente al mediodía.

-Otra cosa... –dijo Miguel.

-¿Sí? Dime.

-Pues te vas y no me vas a decir nada. Pensé que un demonio tendría una conversación más interesante, que me diría grandes secretos, cosas terribles, no sé, al menos cosas interesantes... No sé...

-¿Cómo querías que lo hiciera si no parabas de hablar? –preguntó Arioch y se fue rápidamente del lugar.

- o –


Miguel llegó, como era su costumbre, media hora antes al lugar señalado. Se paró en la esquina, frente al restaurante y con la calzada de por medio. Se distrajo mirando la gente que pasaba. “Era un juego que había ideado cuando niño”, dijo luego Miguel, “yo veía a la gente a la cara e intentaba adivinar cómo eran ellos y qué les preocupaba o les alegraba, según la expresión que llevasen. Cuando estuve en el liceo me sentí decepcionado, pues al menos tres de mis amigos me comentaron que jugaban a lo mismo en su infancia”.

A las doce el tipo no llegó; a las doce y cuarto-doce y veinte la camioneta se estacionó a unos metros del Tercio. Miguel se ocultó tras de un vehículo y observó. El tipo se bajó del automóvil y Arioch apareció corriendo desde la otra esquina. El tipo comenzó a caminar hacia la entrada y en el momento en que se disponía a subir las tres gradas del acceso, Arioch (que no se había cambiado de ropa) llamó al tipo por su nombre y lo agarró por el hombro. El tipo se soltó y lo miró molesto. Arioch volvió a tomarlo, esta vez por el antebrazo. El tipo forcejeó pero era evidente que sus fuerzas no se comparaban con las del demonio, quien con la otra mano lo obligó a mirarlo de frente. El incidente llamó la atención de los circunstantes, quienes comenzaron a agruparse alrededor. Miguel aprovechó para acercarse. El demonio bajó la cabeza hasta que su boca estuvo junto al oído del tipo y musitó algunas palabras. Las piernas del hombre se doblaron y cayó al piso, arrastrando consigo a Arioch. El hombre intentó arrastrarse, llorando y escupiendo baba. El demonio sacó de su pantalón un cuchillo y lo clavó en el vientre del tipo. La gente retrocedió varios pasos. Miguel vio manar la sangre y vio o creyó ver, porque no tenía control de sus sentidos, como se sucedieron puñaladas en manos, orejas, sexo, tráquea, hipófisis. Arioch se puso entonces de pie y con la mano derecha sacó, también del pantalón, una cola negra que hizo girar en el aire con habilidad de music hall mientras danzaba alrededor del tipo agonizante. Miguel corrió hacia cualquier lado entre vapores que palpitaban. De repente se oyó un grito poderoso: “ESTA NOCHE EN EL MISMO SITIO”.

- o -

-Aquí estoy –dijo Arioch, entrando a la habitación.

-Ajá.

-Bueno ¿Qué te pareció todo?

-Estuvo... bien.

-Como no me diste detalles procedí según mi gusto.

-Estuvo bien.

-¿Cómo te cayó la medicina?

-Bien. Es que uno se enferma y se acostumbra y luego ni se acuerda cómo era sentirse bien.

-Estuve pensando en nuestro negocio y quiero hacerte un regalo. Junta las manos con los dedos entrelazados, pero deja extendidos los índices.

-¿Así?

-Sí. Separa ahora lo más que puedas los índices y espera unos segundos.

Una chispa saltó en el vacío ubicado entre ambos dedos y acto seguido la sustituyó una llama que se extendió límpida. Miguel, asustado, separó las manos y la llama desapareció. El demonio rió.

-También te traje esto –dijo el demonio entregando a Miguel una bolsa de tela-, son cigarros, de muy buena calidad. Disfrútalos.

-Es que no fumo.

-Ah, pues el truco te servirá para sorprender en las fiestas. No, pues, luego vengo y te enseño algunas cosas más, para que te ganes la vida sin tener que hacer gran esfuerzo.

-Otra cosa...

-Dime.

-¿Por qué bailabas alrededor del tipo?

-¿Qué por qué lo hacía? ¿No estaba claro? Tengo que revisar eso... Pues era para que todos se dieran cuenta que me iba a llevar su alma al infierno. Un poco de publicidad, pudiera decirse.

-...

-¿Sí?

-¿De verdad te llevaste su alma al infierno?

-¿Ahora crees? –preguntó Arioch y se fue, prometiendo volver apenas encontrase un tiempo libre.

Miguel recordó que no había preguntado al demonio qué había dicho al oído del tipo. Se hizo el firme propósito de hacerlo la próxima vez que lo viera.

Por vía de excepción

En la vida hay eventos, en casi toda vida. Y casi todos son neutros. Sólo una ínfima parte de ellos pueden ser calificados como buenos o malos. Esos que se contemplan desde lejos con emoción o con sonrisa paternal. Si dos o tres sobrepasan en número o dimensión a los otros en la dualidad bien/mal, se dice que hemos sido felices o no. No soy poeta y es fácil notarlo, pero los eventos de mi vida me han regalado este texto de que estoy orgulloso:


Hermosa al aire andas,
atada a tu desgracia,
atada a mí
que estoy atado a tí
por mi voluntad
y por algún que otro designio
de querubín o demonio desocupado.
Hermosa al aire vuelas,
con alas de pena y frágiles
y sé que estamos juntos
aunque no sea así.
Ser de la tierra duele
como sólo la tierra enseña
(comer tierra es aprender sobre la vida).
Ahora mismo odio al ser que creó la distancia.
Hermosa al aire estás,
lejos como la infancia,
triste sin que yo pueda hacer nada,
sin que te pueda decir
que no es necesario que sufras,
que no tienes culpas qué expiar,
que los culpables son otros
que no son ni siquiera importantes,
que seré transitoriamente eterno por tí.
Hermosa al aire esperas
un destino que no es tuyo,
un jardín con rosas domesticadas,
tal vez la paz que es el morir.
Porque la estrella ilumina aún junto al río,
pero también lo hermoso muere.

jueves, 26 de abril de 2007

Los olvidados


Hace ya muchos años (veintiséis para veintisiete), Álvaro Mutis, en un ensayo de igual nombre al de este post, reflexionó sobre “el fenómeno del olvido de nombres que fueran ilustres en un determinado momento de la vida literaria”. Cita primeramente el caso de Thomas Mann, debido a la noticia, leída en algún periódico, de la fría acogida del público alemán a la publicación del diario o los diarios de este escritor. Mann, ingenuamente (esto lo digo yo) había acordado que sus diarios sólo se conocerían veinte años después de su muerte, acaecida en 1955, tal vez pensando en esperar que se apaciguaran los ánimos que cada cual, por el hecho de vivir, levanta y exaspera. El tiempo, mató todo interés en la obra de este escritor (yo he leído La Montaña Mágica y no encuentro con quien comentarla).

Mutis señala otros olvidos, inexplicables para él: Azorín, Pérez de Ayala, Miró, Giradoux, Hamsun. No se editan, dice, Mutis, estas obras ni llegan al gran público lector. Lamento no conocer a estos escritores que don Álvaro dice haber leído con pasión, vaya si tiene razón con lo del olvido. Entre otros autores que nombra y que no deseo omitir está André Gide. De él dijo Capote que tenía gran sinceridad y poca imaginación. Vainas de Capote, muy parco al reconocer las cualidades de los demás. En una vieja edición de obras escogidas de Aguilar comprada en una librería de libros usados de un gran amigo leí a Gide. ¿Cómo se le puede olvidar? Cito cualquier cosa, a ver, algo de “Los alimentos terrestres” (1897):

III

NATANAEL: Tengo que hablarte de las esperas. He visto cómo esperaba la llanura durante el verano. El polvo de las carreteras habíase tornado ligerísimo y el menor soplo bastaba para levantarlo. Aquello no era siquiera un deseo: era una aprehensión. La tierra secas se agrietaba como para mejor acoger el agua. Los aromas florales de las landas tornábanse casi insoportables. Todo desfallecía bajo el sol. Todas las tardes íbamos a descansar al bancal, procurando resguardarnos un poco del desusado resplandor del día. Era el tiempo en que las coníferas, cargadas de polen, agitan con soltura sus ramas para esparcir a distancia su fecundación. El cielo estaba preñado de tormentas y toda la naturaleza esperaba. El instante tenía una solemnidad harto opresiva, pues todos los pájaros habían enmudecido. Subió de la tierra una ráfaga tan ardiente que todo se sintió desmayar. El polen de pinos y abetos brotó de las ramas como una humareda de oro. Después llovió.
He visto el cielo estremecido por la espera del alba. Una a una las estrellas íbanse agostando. Las praderas estaban inundadas de rocío; el aire sólo ofrecía caricias glaciales. Por un instante pareció como si la vida indistinta quisiera quedarse a la saga del sueño; mi cabeza cansada era invadida por una especie de entumecimiento. Subí hasta el lindero del bosque; me senté; las bestias reanudaron su trabajo y su alegría con la certidumbre de que el día estaba para llegar, y el misterio de la vida recomenzó a propalarse en cada escotadura de cada hoja. –Seguidamente vino el día.

Después he visto otros amaneceres. –He visto la espera de la noche…

Natanael: que cada una de tus esperas no sea siquiera un deseo, sino simplemente una disposición a la acogida. Aguarda a que las cosas lleguen hasta ti. No desees más que lo que tienes. Comprende que, en cada momento del día, puedes poseer a Dios en su totalidad. Que tu deseo sea un anhelo de amor, que tu posesión sea amorosa. Pues ¿qué significa un deseo si no es eficaz?

Y bien… Natanael: ¡ya posees a Dios y no te habías dado cuenta! Poseer a Dios es verlo, pero a Dios no se le mira. En el recodo de algún sendero, Balaam, ¿no has visto a Dios, no se ha detenido tu asno frente a él? Y eso que tú… te lo imaginabas de otro modo.

Natanael: Dios es el único a quien no se puede esperar. Esperar a Dios, Natanael, sería como si te negases a comprender que ya lo posees. Procura no establecer distinción entre Dios y la felicidad, y cifra toda tu felicidad en el instante.

Contempla el atardecer como si el día entero fuese a morir con é; y la mañana, como si toda cosa fuese a nacer con de ella.
Que tu visión sea nueva a cada instante.
El sabio es aquel que se extraña de todo.

Toda la fatiga de tu cabeza, Natanael, proviene de la diversidad de tus riquezas. Ni siquiera sabes cuál preferir entre todas, no comprendes que el único bien es la vida. El más fugaz instante de vida es más fuerte que la muerte, y la niega. La muerte no es más que el permiso de otras vidas, para que todo sea continuamente renovado; con el fin de que ninguna forma de vida retenga eso durante más tiempo del que haya menester para revelarse. Feliz en instante en que tu palabra resuena. Durante todo el tiempo restante, escucha; pero cuando hables tú, no escuches.

Es preciso, Natanael, que quemes en ti todos tus libros.

RONDA
PARA ADORAR LO QUE HE QUEMADO

Hay libros que se leen colocados sobre un pupitre de colegial,
Sentado el lector en un asiento de tablilla.

Hay libros que se leen andando
(ello sucede según su formato);
Unos son adecuados para el bosque; otros, para otros parajes campestres.

y nobiscum rusticantur, que dijo Cicerón.
Algunos los leí yendo en diligencia,
y otros, acostado en los rincones de los heniles.
Los hay que sirven para hacernos creer que tenemos un alma;
otros, para desesperarla.
Los hay que contienen pruebas de la existencia de Dios;
Otros, que no le dejan a uno llegar a esa conclusión.

Los hay de tal linaje que sólo son aceptables
en las bibliotecas privadas.
Los hay que han recibido elogios
de numerosos críticos autorizados.

En algunos no se trata más que de apicultura
y hay quien los encuentra “un poco especiales”;
otros enfocan las cuestiones de la naturaleza de tal modo,
que luego de leerlos no vale la pena salir de paseo.
Existen libros despreciados por los varones sesudos,
pero que entusiasman a los niños.
En ciertos libros llamados antologías
se incluyen las mejores cosas que se han dicho sobre no importa qué tema.
Hay otros libros que quisieran haceros amar la vida,
y cuyo autor se ha suicidado.
Los hay que siembran el odio
y luego recogen lo que han sembrado.
Los hay que, cuando los leemos, parecen despedir luz;
Cargados de éxtasis, deliciosos de humildad.
A algunos se les quiere mucho
como a hermanos más puros y que han vivido mejor que nosotros.
Los hay de tan extraña escritura
que no se entienden ni aun después de haberlos estudiado mucho.

Natanael: ¡Cuándo habremos terminado de quemar los libros!

Los hay que no valen cuatro cuartos;
otros valen cantidades considerables.

Los hay que hablan de reyes y de reinas,
y otros, de pobres diablos.

Los hay cuyas palabras son más dulces
que el rumor de las hojas a mediodía,
como el libro que se comió Juan en Patmos
cual si fuera un roedor –por mi parte prefiero las frambuesas-;
ello debió de llenarle las entrañas de amargura,
y por eso tuvo luego muchas visiones.

¿Cómo olvidar a André Gide? Que todo el que quiera y pueda (y así no deba), lea, conserve y recuerde sus hermosas palabras. Dios y Federación.

sábado, 21 de abril de 2007

Anécdota

Con traje alquilado fue al matrimonio de su amigo. Se sentó a una mesa cualquiera, total, no conocía a nadie. Bebió y se rió con los chistes de un tipo con bigote que sólo parecía estar vivo cuando se reía con mucho escándalo; el resto del rato el tipo daba lástima. En medio de los tragos vio a una flaca sentada sola y se acercó a ella. “Hola”, dijo y “Hola”, le dijeron. ¿Qué podría decir a continuación? Mirando a la flaca notó su actitud ligeramente interesada en él ¿Qué podría decir? Sentarse de nuevo no estaba bien ni tampoco quedarse callado unos segundos más. Hizo lo que le pareció más fácil: darse vuelta y caminar hacia la puerta, ni muy rápido ni muy lento, procurando mirar sólo al frente para evitar darse cuenta de las miradas curiosas, gestos varios e índices girando en torno de pabellones auditivos. Al otro día le preguntaron cómo le había ido. “Anoche conocí a una tipa, estaba buena. Me dio su número, pero entre el licor y mi tontería, no supe dónde quedó”.

viernes, 20 de abril de 2007

Sí, Fito, el mundo cabe en una canción.

Oigo una canción de amor, es linda, habla de las cosas que me han pasado y de cómo me he sentido luego de que ellas ocurrieran. No es la única que lo hace. Cuando uno sufre, reflexiona y las canciones de amor ayudan a reflexionar o es el sufrimiento el que aclara la razón y ayuda a entender los mensajes contenidos en tales piezas musicales. Algunos de estos temas pueden ser objeto de controversia, condescendamos en ello. A veces, por ellas, la gente se mata o hace otras locuras, pero el provecho que emana del gran conjunto de canciones de amor adecuadas hace olvidar cualquier hecho triste o impropio. Hay ideas diáfanas que se cantan muchas veces: “Se sufre cuando se ama”, “dos son compañía, tres ya son multitud”, “lo eres todo para mí”, “te amo desde el primer momento en que te vi”. Son tan beneficiosas para la salud mental del individuo y la tranquilidad social que no sé qué nombre darles. Ideas benefactoras. Y no sólo existen ideas de este tipo para el amor. Las hay para todo y le permiten a uno conversar decentemente:

-¿Qué tal?
-Aquí, muy bien ¿y la familia?
-Todo bien.
-¿Y los muchachos?
-Creciendo muy bellos. Comen como unos diablos y gastan ropa, pero son la felicidad del hogar.
-Sí, es verdad. Y crecen tan rápido.
-Hoy en día hay muchos peligros. La calle es mala consejera. En mis tiempos… y no es que sea viejo, pero esta ciudad se volvió…
-Etcétera.
-Ajá y las juntas, ja, las juntas. Uno les dice y no lo escuchan.
-¡Ah! Pero luego le dan a uno la razón, cuando están bien jodidos.
-Algunos y algunas veces.
-????
-Sí, ellos terminan dando la razón, sí, señor.
-Los hijos son bendiciones del Señor.
-Amén.

Cuando estuve bien joven, yo pensé que existía la naturaleza humana y que se podía estudiar. El tiempo me pasaba volando y eso me daba rabia. No tenía que ser para mí como era para todos. Pero necesitaba objetividad en mis estudios para así probar, cuasiexperimentalmente, bueno, no recuerdo si fue así con exactitud, los efectos de que algo no fuera para alguno como lo era para todos. Desde un balcón, un día (es mejor la claridad), vi mucha gente en una plaza. Decidí no escoger a nadie desde arriba. Bajé y le hablé a un tipo que me pareció abordable. Como pude, me hice amigo de él. Como pude, le dije que era tonto hablar con frases hechas. Me costó explicarle qué era eso. Se quedó pensando. Comenzó a hablarme, pero duraba mucho para contestar y a veces sus respuestas no eran del todo coherentes con la conversación. Poco hablaba. Cuando salíamos a caminar, miraba todas las cosas como si fueran nuevas para él. Yo pensaba que parecía siempre a punto de salir corriendo. "No me hables mucho, me cansa la charla", me dijo un día y me dio lástima con él. Lo que ocurrió otro día fue terrible. En nuestros paseos nos topamos con un grupo de religiosos o políticos, no recuerdo. Varios de ellos nos hablaron poco menos que a gritos. Movían las manos muy rápidamente frente a la cara de mi amigo. Él los apartó a golpes y golpes recibió de vuelta. Primero mordió a alguno. Luego, con sus uñas, vació un ojo. Los religiosos/políticos, retrocedieron algunos pasos, pero, contando con los dedos y dándose cuenta de que no les alcanzaban, arremetieron contra él y lo pusieron contra un auto. Palos y piedras aparecieron de quién sabe donde. Aproveché para huir, mientras oía los gritos de mi amigo, antes de odio que de dolor. Se habló de ajusticiamiento de un azote de barrio.
Obviamente, no seguí con mis experimentos. Ahora oigo la radio y luego, si la plata alcanza, tal vez me compre un ipod.

lunes, 16 de abril de 2007

Tomo y Obligo

Hablo y escribo y lo que hablo y escribo es palabra santa o no santa, pero es verdad porque lo expreso yo. ¿No es cierto? El hecho simple de que no contradigas me da legitimidad. Ya no pregunto. Es cierto. Yo sé la verdad, tal vez no me sirva para nada, porque es natural que no sirva para nada o porque no sé cómo usarla (la he revisado y no trae instrucciones), pero lo vital, lo trascendental es que no se note su inutilidad en mi poder o posesión. Qué dirán los vecinos. El concepto de vecindad es muy amplio. Al final, todo termina estando al lado, a cualquier lado y aún teniendo muy cuadrado entendimiento los lados no son menos de cuatro. No conozco entendimientos triangulares. ¿Quieres saber la verdad? Es sencilla. La verdad es que yo la sé. De allí ¿Cuánta sabiduría no se deriva? Descartes tal vez pensó esto y no lo quiso decir. Eso también es verdad. ¿Una verdad que duda? No has conocido-diré-, a la verdad que pregunta. No se baña demasiado, hay un riesgo en inquirir y un ahorro de agua. Hay muchas verdades, incluso ésta, una verdad que debería enumerar y que se niega a hacerlo porque siente fastidio. Ahora nota la verdad que calla. Punto y final sea escrito

lunes, 9 de abril de 2007

Mi blog jamás será como el de Hernán Casciari porque:
No soy divertido como él.
Antes los temas de actualidad me quedo callado porque no sé.
No soy divertido como él.
Sólo acierto de un tiempo para acá a escribir incoherencias que no entiendo del todo.
No tengo Internet en casa (eso, más que una razón es un quejido).
No he vuelto a narrar nada ni en mi vida he escrito un ensayo, pero lo que se llama un ensayo.
De tanto querer ser, ya como que no se va a poder.
El trabajo ¡Ah! El trabajo, muy buena excusa, a Dios gracias.
Dios no lo quiere. Algo distinto tendrá para mí.
Buda no quiso, Jesús no quiso. Mahoma, a él lo dejo quieto.
Es que uno es tan inconstante.
Cuando era chico era tímido. Ahora soy cerrado a medias.
El matrimonio es una cosa seria.
Había una vez.
No me gustó Los Idiotas de Lars von Triers.
“Te voy a hacer una crítica constructiva…”
Intento escribir una novela. Sus dos buenas páginas lleva ya.
Me duele la espalda si me siento demasiado tiempo frente al computador.
He estado leyendo Gantz y Cesar&Friends.
A veces me pongo a pensar en tanto tiempo perdido y me quedo como lelo.
Este blog no lo lee nadie, ni sale en los buscadores, pero no me voy a amargar, no me voy a amargar, no me voy a amargar…
¿Qué profundidad puede tener uno? Uno soy sólo yo.
Es buena la amistad. Conversar toma tiempo. Hay que tener plata para pagar los sms.
A veces me gusta no hacer nada ¿Qué podría hacer?
A mí como que sólo se me ocurren cosas tristes.
Prefiero leer a Hernán Casciari en http://orsai.es

jueves, 5 de abril de 2007

Unas cosas que escribí unos días

I

Ardo como leño verde
¿Quién pediría razones al fuego?
El crepitar traerá a la mañana.


II

¿Qué de digno hay en no tener,
qué de gloria en postergar?
La humillación no es pedagógica.


III

Un descanso quiero.
No una tumba con flores y homenajes.
Tumbarme, solo, en la frescura de, es cierto, un viejo día de infancia.
Eso es.

IV

Por cierto, la muerte.
Hay quien la reparte como pan del sacrificio.
Hombre misericordioso, recibe tú el primero esa gracia.


V

¿Acaso vendrás mañana?
Uno se acostumbra a todo.
¿Por qué pides que luche,
que luche contra ti,
por tu amor?


IV

(No siempre, no siempre)
Creo oír que regresas.
Sonrío, muy poco, ya sabio.


V

Un respirar,
un no se qué necesario,
una hora tardía sólo para mí,
un acento en una consonante,
un poder echar el cuento,
son pocas las cosas que pido
¿A Quién?

VI

No era tanta la desgracia.
Exagera el que sufre,
Tal vez exagera el que se conduele.
La caridad, a veces (hay que tener cuidado con el verbo), ofende a ambos.

VII

“Cerritos”, decía el abuelo,
y sonreía con las encías.
Mis tías se quejaban de su prodigalidad,
“candil de la calle”, le decían.
“Cerritos” y los caminaba
aunque ya no fueran suyos.

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