un sitio de reunión para todos aquellos que escriban o que pretendan hacerlo. sobre todo aquellos que escribimos en las sombras e, incluso, en una zona de cierta penumbra.

viernes, 30 de marzo de 2007

Para reflexionar

La gente, me incluyo, lee cosas "para reflexionar": una cosa por vez, no acuses, no juzgues, una madre y un joven hijo (el hijo creció), si estás meditando y entra un diablo, pon ese diablo a meditar, historias nobles, palabras de amor, uff, tantas cosas buenas. Lo bueno, vale la pena opinar, es bueno, a veces, según la persona a le toque o que lo contemple. Cada cosa buena tiene como contraprestación una gran abulia, un desinterés incluso devoto, un no querer hacerlo que alcanza o asume caracteres ya satánicos, de una pureza y una disciplina dignas de mejor esfuerzo. ¿La autoayuda? No sé qué es, si la vamos a conocer por sus frutos. Nadie le hace caso o, para no ser absolutos, muy poca gente. Sus soluciones tal vez sean fáciles, tal vez, y no con mucha convicción lo digo.
Ahora, cada cual reflexione o no. Comentarios, más abajo. Insultos, tal vez ni eso produzca.

jueves, 29 de marzo de 2007

En estos días

En estos días he notado que la decisión correcta es la más sencilla, que el camino es el más sencillo, que si una persona llora porque su padre ha muerto, lo más sencillo es resucitarlo, antes que explicarle que hay otro mundo, perfecto, y que en él se han de encontrar ambos, de nuevo y sanos. A esto llego, no avanzo más, al menos por ahora. ¿Para qué escribir de cosas que no sé, como si supiera? Yo conozco la diferencia, pero los demás no y eso es peligroso. Pensemos que lo que escribo lo lea poca gente y que, por tanto, yo no pueda vivir de eso. No hay drama: levantarse temprano, acostarse tarde, pocos paseos, eso es miserable, pero se puede vivir algunos años así. Ahora, pensemos que lo que escribo lo leen, en concreto (somos gente seria y exacta), unas treinta personas. Si yo, en broma y por no tener nada mejor que decir, digo en ese texto que sé cuál es el camino y por dónde arranca (la gente siempre quiere ir a algún lado) y dos o tres o al menos uno se van por ahí, aún en el caso de que se ese ahí ni siquiera exista, porque no es necesario que las cosas existan para que tengan el poder de jodernos -me adelanté, iba a decir que les hago un daño, ni sé cual porque de repente nunca los conozco y estoy en mi derecho- a ese hipotético uno o tal vez dos o tres ¿Quién le paga el esfuerzo inútil y tonto? Y no estoy hablando de dinero, porque poco le he visto. Por eso, por eso mismo, es que no escribo sobre cosas sobre las que no sé, por lo que uno o ya no escribe o termina escribiendo de nada que es lo más sensato.

jueves, 1 de marzo de 2007

Canto inicial

Se da inicio a este blog, en el que se pretende hablar de todo lo que tenga que ver con la narrativa, con el magnífico capítulo 73 de Rayuela, de ya saben quien, para de este modo, ir entendiendonos.
73
Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. Entonces es mejor pactar como los gatos y los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca. Ardiendo así sin tregua, soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina en el fruto, ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable, caminar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circuito ciego.
Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura? Rebelión, conformismo, angustia, alimentos terrestres, todas las dicotomías: el Yin y el Yang, la contemplación o la Tatigkeit, avena arrollada o perdices faisandées, Lascaux o Mathieu, qué hamaca de palabras, qué dialéctica de bolsillo con tormentas en piyama y cataclismos de living room. El solo hecho de interrogarse sobre la posible elección vicia y enturbia lo elegible. Que sí, que no, que en ésta está... Parecería que una elección no puede ser dialéctica, que su planteo la empobrece, es decir la falsea, es decir la transforma en otra cosa. Entre el Yin y el Yang, ¿cuántos eones? Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. En uno de sus libros, Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pudo ser el inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella... ¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete. Así es cómo París nos destruye despacio, deliciosamente, triturándonos entre flores viejas y manteles de papel con manchas de vino, con su fuego sin color que corre al anochecer saliendo de los portales carcomidos. Nos arde un fuego inventado, una incandescente tura, un artilugio de la raza, una ciudad que es el Gran Tornillo, la horrible aguja con su ojo nocturno por donde corre el hilo del Sena, máquina de torturas como puntillas, agonía en una jaula atestada de golondrinas enfurecidas. Ardemos en nuestra obra, fabuloso honor mortal, alto desafío del fénix. Nadie nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette. Incurables, perfectamente incurables, elegimos por tura el Gran Tornillo, nos inclinamos sobre él, entramos en él, volvemos a inventarlo cada día, a cada mancha de vino en el mantel, a cada beso del moho en las madrugadas de la Cour de Rohan, inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección, quizá las palabras envuelvan esto como la servilleta el pan y dentro esté la fragancia, la harina esponjándose, el sí sin el no, o el no sin el sí, el día sin Manes, sin Ormuz o Arimán, de una vez por todas y en paz y basta.

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